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Luis García Montero, en uno de los artículos de la prensa nacional más leídos de este verano, escucha cómo se aplauden los atardeceres de Punta Candor, en la bahía gaditana, con el poeta Luis Cernuda de fondo:”(esos aplausos) me han ayudado a recordar que el sol no es una institución con ánimo de lucro y que el derecho a la belleza debería ser el resumen último de los demás derechos humanos”. “Cuando Luis Cernuda se atrevió a elegir las características de un territorio ideal, escribió una evocación romántica de Andalucía”.Mientras esto leía, me encontraba frente a Castropol, el Santiniebla de Cernuda, del que dijo el poeta: “Cuando a la caída de una de esas largas tardes de verano se baja la senda que desde lo alto de la colina lleva hacia el malecón, el denso perfume del mar, el misterioso grito de las gaviotas sobre la brillante superficie de las aguas, sólo encrespadas allá, entre las sombrías rocas que guardan la entrada de la ría, entonces yo os aseguro que poco accesible será a la naturaleza quien no sienta sus pupilas enturbiadas por las lágrimas”. Uno de los enigmáticos personajes cernudianos, aún con la trinidad de tinieblas, viento y lluvia, se atreve a comparar:”este paisaje no es para tenderos enriquecidos como dijo Unamuno de los paisajes andaluces, pero por eso mismo tiene su grandeza y una hermosura poco comunes”.
Con la compañía de Luis López, Presidente de la Sociedad Asturgalaica de Amigos del País, y del cineasta Luis Megino, he recorrido los lugares de paseo de Cernuda durante agosto de 1935: los ángulos de la ría desde la habitación que debió ser suya, en el desaparecido Hotel Guerra, al cafetín del pueblo, a la antiguas playas Penalba, de Figueras, y Salías, al islote del Turrullón, al embarcadero, al malecón, a la famosa Biblioteca Popular, imán de las “Misiones Pedagógicas” con las que estaba comprometido. Ángel González, otro poeta del cielo de los más grandes, estuvo en Figueras, el 19 de Julio de 2006, reviviéndolo. Es todo aparentemente contrapuesto a la teoría del Sur que lanza García Montero pero abrazo la misma conclusión contra la corrupción de la costa y el ladrillo. Castropol (“Pájaro enfermo sobre oscura colina que avanza hacia el mar”) debería conservarse. Ha sido un paso audaz del Principado evitar el dique flotante de Ence en Ribadeo, que ya repudiábamos en Bruselas. No obstante, se precisa una mentalización social mayor para que este paraíso no se degrade. El escritor sevillano se sintió tentado a confundir la ría con “la Estigia”, mítica laguna, frontera entre vida y muerte. Pocos espacios hay en Europa, si es que hay alguno, de esta calidad y vocación. Nada que envidiar al renombrado Mont Saint Michel, por ejemplo. Deberíamos, pues, ser fieles a lo que vio y dijo Cernuda y todavía más a evitar el odio irreparable que sufría, en su proverbial quietud, la memoria narrativa del Santiniebla de la ficción. Odio y muerte fatales que intuyó el poeta, al poco de dejar Castropol. Hoy este lugar maravilloso sigue llamando a la paz y a la poesía, respeto al medio ambiente y a los seres humanos. Teoría del Norte, también.