En Brubru carezco de la mínima, como se decía en lo que hoy sería
arcaísmo, «vida social». Mi jornada laboral suele comenzar con la
primera edición del telediario español y termina con la tercera de las
nueve. Entre mis dificultades de deambulación y la libre desgana a todo
lo que no sea escribir, apenas salgo por la ciudad de noche. Salí alguna
vez, cuando todavía Solana era un conspicuo bruselense, al que se
sigue, por cierto, recordando, dada además la escasa entidad de sus
sucesores.
Muy excepcionalmente frecuento un restaurante
de horario hispano, en el Sablón, al que conduzco a asturianos de paso
por la UE. En una sobria mesita, sin mantel, un letrerito conmemora la
presencia de Bill Clinton. Manolo del Arco publicaba ha mucho, en «La
Vanguardia», una entrevista diaria con una caricatura. Evitaba repetir
al personaje invitado, pero alguna vez, caso Salvador Dalí, hubo dos
sabrosos encuentros. A mí, en el Sablón, me sucede, salvando distancias y
niveles, algo parecido. Así repitió a mi mesa, digo a la de Clinton, el
concejal Rivi, del que, abismales diferencias políticas aparte, los
ovetenses debemos reconocer su denodada y exitosa lucha en favor del
Campo San Francisco. Hasta el mismo entrañable sitio he traído también
por dos veces a Ángel Álvarez Alberdi y a Javier González Vega, dos
juristas de primera, salidos del excepcional departamento de Paz de
Andrés.
González Vega, catedrático, termina en unas
semanas su comisión de servicios en la Embajada de España ante la UE,
como delegado de educación. Vino enviado por un tipo que se rebeló de
inusual calidad, el ministro y rector Ángel Gabilondo. Javier habla
maravillas de quien ha sido su jefe. Estuvo encargado de preparar la
Presidencia semestral española hace un par de años y, aun después, de la
troika que se desarrolló por primera vez. González Vega queda muy
contento de la experiencia, y tengo para mí que el contento con su
trabajo también es generalizado. Al despedirnos, Alberdi y González Vega
me dan un consejo editorial que espero resulte muy útil sobre un librín
(«Europeos pero incorrectos») que Pablo Sánchez La Chica, mi íntimo
colaborador, y yo, al alimón, acabamos de terminar y espero esté pronto
en librerías.
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