Conozco a Nicolás Sánchez Albornoz desde ha mucho.
Su padre, Don Claudio, fue, y sigue siendo, venerado en Asturias. Don Juan Uría
y Don Ramón Prieto Bances eran colaboradores suyos, ya en los años veinte; y siendo
yo Presidente del IDEA, luego, ya sin mí, RIDEA, me encontré con la grata
sorpresa de que Jesús Evaristo Casariego, tradicionalista o requeté, que se
consideraba en el extremo del espectro político, siendo Director del Instituto,
me manifestó cómo seguía de cerca admirativamente a Don Claudio, Presidente del
Gobierno de la República
en el exilio. A iniciativa suya, de Uría, de Tuero, de Magín Berenguer, de
Tolívar, de Ruiz de la Peña
y de otros admirados académicos se fijó el gran objetivo de difundir una nueva
publicación que, en un solo volumen, recogiera una selección de los trabajos ya
editados y agotados sobre el Reino de Asturias, Origen de España.
Estuve en la catedral de Ávila en las exequias de Don Claudio, entre Javier
Solana y Pierre Vilar, el gran hispanista francés al que conocí venturosa y
personalmente con ese motivo. Unos días antes habíamos aprobado, en Oviedo, el
nombre de una calle para el gran investigador, y polemista, del origen de la
nación española. Don Claudio, en sus últimos momentos de lucidez agradeció la
sencilla distinción con un documento telegráfico, que nos emocionó a toda la Corporación ovetense.
Nicolás, su hijo varón, es también historiador, protagonista además de otra
historia personal encomiable sobre la que ha tenido el acierto de dar
imprescindible testimonio: la autobiografía "Cárceles y exilios", que
terminé mientras finiquitaba el informe que lleva mi nombre como ponente
de la directiva europea "Condiciones de acogida para los asilados".
Se aprobará definitivamente, con un voto global, esta próxima semana, tras
largo y fatigoso itinerario parlamentario.
Hay pasajes de Nicolás que bien me sabía pues son leyenda en mi generación, así
su fuga de Cuelgamuros/Valle de los Caídos. El gobierno Rajoy debería conocer bien
estos capítulos sobre el más lacerante símbolo de la división española, en cuya
superación tanto trabajó, de forma ejemplar, Ramón Jáuregui en su etapa
ministerial.
Nicolás da a su obra una frescura estilística que lleva a leerle casi de un
tirón; al menos en mi caso ha sido así.
Recuerdo haberme topado, en la Librería Británica , a orillas del Sena, frente a la Isla de la Cité , con una biografía algo
errática de Norman Mailer, el gran literato americano, que aludía a cómo había
cedido su coche para la famosa fuga que contó con la directa colaboración y
presencia de su hermana Bárbara y de la también escritora Bárbara Probst
Solomon.
Y de paso, ¿Cómo no recordar al entrañable Don José Maldonado, amigo y
correligionario de Don Claudio, evocado en estas páginas de La Nueva España
recientemente varias veces por el poeta Antón Rodríguez?
De aquella tuve la llamada indignada, casi incrédula, que Nicolás me hizo el
día que supo que el Ayuntamiento de Oviedo había expulsado los restos de
Maldonado del Cementerio del Salvador; hecho de imposible perdón que emocionaba
dolorosamente aún al escritor Pepe Esteban en el homenaje que los diputados
europeos y latinoamericanos tributamos a Riego, en Cádiz, hace una semanas.
1 comentario:
Deberîas aclarar dònde estàn los restos de Maldonado,en efecto expulsados de forma tan ignominiosa por el Alcalde Gabino
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