La Nueva España 31/ 10/ 2013
Cartas de los lectores
Desde esta lejanía alsaciana no deja de interesarme grandemente el editorial de ese periódico sobre la designación de funcionarios en las tareas administrativas fundamentales de los entes locales.
Como tengo una pequeña experiencia político municipal, creo llegado el momento que suscita un abrupto cese -al menos en su versión hemerográfica, única fuente que tengo- de una secretaria a la que no conozco para rememorar un hecho para mí inolvidable. Fue el interés de algunos alcaldes españoles de remover a los secretarios y otros cuerpos nacionales (interventor y depositario), a lo que me opuse ya en el seno de la Federación de Municipios. Si la memoria no me falla, esos alcaldes consiguieron que por la socorrida y heterodoxa vía de una disposición de acompañamiento a la ley de Presupuestos se introdujera la potestad de sustituir de forma extraña a los secretarios de «ciudades de más de 50.000 habitantes». No tengo a mano tal disposición originaria, que, sin duda, fue posterior a la Ley de Bases de 1985 y que me pareció un grave yerro, como recogieron a mi iniciativa las actas municipales en el Pleno ovetense en que fue tratado, así como en ese periódico, que siempre tuvo tan buenos cronistas locales municipales. En Oviedo contábamos con las tres plazas de cuerpos nacionales magníficamente cubiertas por don Luis Arce, don Pedro Villameriel y don Modesto Dueñas, cuyos nombramientos reforzaban su independencia de criterio y fiscalización, que tanto he agradecido siempre. También tuvimos muy bien ejercidos los puestos de oficial mayor y viceinterventor, ambos por concursos nacionales. A la jubilación de don Luis Arce le sucede provisionalmente el que era de Langreo, don Miguel A. de Diego, y, ya fuera de mi mandato de alcalde, con carácter definitivo el señor Boatas, que había sido titular de Gozón. Me consta, insisto, la alta profesionalidad de todos ellos, que bien tuve ocasión de ver corroborada. En Gijón había también un prestigioso secretario municipal, don Alfredo Villa, y como depositario estaba don Faustino G. Alcalde, compañero mío en el primer Gobierno autónomo, que presidió Rafael Fernández. Los prudentes consejos de Faustino fueron clave para que nos rodáramos en la Administración local los que aquellos años de la Transición accedíamos a los cargos públicos.
Como ha sido mi posición constante no puedo menos de añorar que, con todos los defectos que sin duda tenía el sistema de Administración, la presencia de los cuerpos nacionales cumplía su misión asesora y fiscalizadora, reconociendo que los nuevos tiempos pudieran precisar un punto colateral de gestión que quizá faltase conceptualmente, pero que visto el panorama valoro menos que el lamentable descontrol que el político ha tenido por parte del funcionariado, tras aquella nefasta «disposición de acompañamiento» hasta el abrupto cese al que ese periódico viene ampliamente refiriéndose.
Como tengo una pequeña experiencia político municipal, creo llegado el momento que suscita un abrupto cese -al menos en su versión hemerográfica, única fuente que tengo- de una secretaria a la que no conozco para rememorar un hecho para mí inolvidable. Fue el interés de algunos alcaldes españoles de remover a los secretarios y otros cuerpos nacionales (interventor y depositario), a lo que me opuse ya en el seno de la Federación de Municipios. Si la memoria no me falla, esos alcaldes consiguieron que por la socorrida y heterodoxa vía de una disposición de acompañamiento a la ley de Presupuestos se introdujera la potestad de sustituir de forma extraña a los secretarios de «ciudades de más de 50.000 habitantes». No tengo a mano tal disposición originaria, que, sin duda, fue posterior a la Ley de Bases de 1985 y que me pareció un grave yerro, como recogieron a mi iniciativa las actas municipales en el Pleno ovetense en que fue tratado, así como en ese periódico, que siempre tuvo tan buenos cronistas locales municipales. En Oviedo contábamos con las tres plazas de cuerpos nacionales magníficamente cubiertas por don Luis Arce, don Pedro Villameriel y don Modesto Dueñas, cuyos nombramientos reforzaban su independencia de criterio y fiscalización, que tanto he agradecido siempre. También tuvimos muy bien ejercidos los puestos de oficial mayor y viceinterventor, ambos por concursos nacionales. A la jubilación de don Luis Arce le sucede provisionalmente el que era de Langreo, don Miguel A. de Diego, y, ya fuera de mi mandato de alcalde, con carácter definitivo el señor Boatas, que había sido titular de Gozón. Me consta, insisto, la alta profesionalidad de todos ellos, que bien tuve ocasión de ver corroborada. En Gijón había también un prestigioso secretario municipal, don Alfredo Villa, y como depositario estaba don Faustino G. Alcalde, compañero mío en el primer Gobierno autónomo, que presidió Rafael Fernández. Los prudentes consejos de Faustino fueron clave para que nos rodáramos en la Administración local los que aquellos años de la Transición accedíamos a los cargos públicos.
Como ha sido mi posición constante no puedo menos de añorar que, con todos los defectos que sin duda tenía el sistema de Administración, la presencia de los cuerpos nacionales cumplía su misión asesora y fiscalizadora, reconociendo que los nuevos tiempos pudieran precisar un punto colateral de gestión que quizá faltase conceptualmente, pero que visto el panorama valoro menos que el lamentable descontrol que el político ha tenido por parte del funcionariado, tras aquella nefasta «disposición de acompañamiento» hasta el abrupto cese al que ese periódico viene ampliamente refiriéndose.