Soy adicto a
la Playa de las Catedrales, a la que hace algún tiempo acompañé a una misión
europea, interesada por el proteccionismo de ese paradisíaco espacio. Por otra parte, hace unos días recibí un
magnífico reportaje fotográfico de mi amigo, compañero que fue en el Gobierno
asturiano, Jesús Arango.
Quiso la casualidad que, mientras contemplaba las siluetas que insinúan la osamenta catedralicia, vacías de olas, en el chiringuito playero, con el café humeante, el mesero me deslizara un cotidiano local que suelo ojear de vez en cuando. La primera página daba una foto enigmática: "El periodista de El Progreso José de Cora coló a España en el club Tjipetir Mistery al hallar en la playa sancibrense de Limosa una plancha de gutapercha, un tipo de goma parecida al caucho que se fabricó en la isla de Java desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX. (...) el nombre de Tjipetir lo llevó a (...) desentrañar el misterio que rodea la aparición de estas placas. Hasta ayer mismo, habían aparecido 50 ejemplares en Francia, Alemania, Holanda e Inglaterra, pero no en España. De hecho, (...) un oceanógrafo inglés recalcó la importancia del hallazgo".
La palabra y el material no son hogaño frecuentes, en efecto, pero yo ya los he citado en alguno de mis libros, al tomar la descripción del sofá de Ramón Pérez de Ayala, que acompañaba sus pensamientos y escritos en la aldea vacacional. Y antes, supe de otro asiento de grandes orejeras, que contenía los sueños de Anita Ozores, la Regenta de Clarín. Y también, gracias a Google, sé que otros narradores utilizan "gutapercha", tal la Pardo Bazán, Unamuno, Palacio Valdés y, considerándola menos confortable, Galdós.
Y si está en Clarín, Pérez de Ayala, Palacio Valdés, no podía faltar en el cuarto As de "La bien novelada", Dolores Medio, que del mueble pasa a utilizarlo en su función más modernizada de cubrición de cables telegráficos.
La exótica pieza apareció en la misma mariña lucense en que veo, encuadrada, la curiosa noticia. Jamás hubiera dado importancia a este vocablo que yo mismo he utilizado con la simple-o, gran-trascendencia de que fue ayalino. Ahora, sin embargo, se me entremezclan las rocas inertes de casual armonía con sillones en que se soñó nuestra mejor literatura, convertidos en arcaicos, escasos, casi inexistentes, piezas de colección.
Ojo: el periódico señala el siglo XIX y primera parte del XX, que la literatura parece corroborar, pero no tanto con ese límite, pues mi buen amigo Pepe Caballero Bonald en una de sus incursiones en la narrativa también utiliza gutapercha.
"Hallazgo”, sin duda, este de la pieza de gutapercha, traída por la marea, pero el
mayor misterio se me hace cómo y con qué intermediaciones de comercio y fábrica llegaron las otras gutaperchas desde la remota isla de Java a la pluma de Clarín y del resto de la pandilla bien novelada.
Quiso la casualidad que, mientras contemplaba las siluetas que insinúan la osamenta catedralicia, vacías de olas, en el chiringuito playero, con el café humeante, el mesero me deslizara un cotidiano local que suelo ojear de vez en cuando. La primera página daba una foto enigmática: "El periodista de El Progreso José de Cora coló a España en el club Tjipetir Mistery al hallar en la playa sancibrense de Limosa una plancha de gutapercha, un tipo de goma parecida al caucho que se fabricó en la isla de Java desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX. (...) el nombre de Tjipetir lo llevó a (...) desentrañar el misterio que rodea la aparición de estas placas. Hasta ayer mismo, habían aparecido 50 ejemplares en Francia, Alemania, Holanda e Inglaterra, pero no en España. De hecho, (...) un oceanógrafo inglés recalcó la importancia del hallazgo".
La palabra y el material no son hogaño frecuentes, en efecto, pero yo ya los he citado en alguno de mis libros, al tomar la descripción del sofá de Ramón Pérez de Ayala, que acompañaba sus pensamientos y escritos en la aldea vacacional. Y antes, supe de otro asiento de grandes orejeras, que contenía los sueños de Anita Ozores, la Regenta de Clarín. Y también, gracias a Google, sé que otros narradores utilizan "gutapercha", tal la Pardo Bazán, Unamuno, Palacio Valdés y, considerándola menos confortable, Galdós.
Y si está en Clarín, Pérez de Ayala, Palacio Valdés, no podía faltar en el cuarto As de "La bien novelada", Dolores Medio, que del mueble pasa a utilizarlo en su función más modernizada de cubrición de cables telegráficos.
La exótica pieza apareció en la misma mariña lucense en que veo, encuadrada, la curiosa noticia. Jamás hubiera dado importancia a este vocablo que yo mismo he utilizado con la simple-o, gran-trascendencia de que fue ayalino. Ahora, sin embargo, se me entremezclan las rocas inertes de casual armonía con sillones en que se soñó nuestra mejor literatura, convertidos en arcaicos, escasos, casi inexistentes, piezas de colección.
Ojo: el periódico señala el siglo XIX y primera parte del XX, que la literatura parece corroborar, pero no tanto con ese límite, pues mi buen amigo Pepe Caballero Bonald en una de sus incursiones en la narrativa también utiliza gutapercha.
"Hallazgo”, sin duda, este de la pieza de gutapercha, traída por la marea, pero el
mayor misterio se me hace cómo y con qué intermediaciones de comercio y fábrica llegaron las otras gutaperchas desde la remota isla de Java a la pluma de Clarín y del resto de la pandilla bien novelada.