Un
abogado francés, Denis Delastrac, que antes se adentró en Misterios del Nilo,
es autor del laureado documental "La guerra de la arena", cuyas
declaraciones promocionales me impresionan grandemente: "En el año 2100
las playas del mundo habrán desaparecido. Mirad alrededor. En su grabadora hay
un chip que contiene arena, igual que su teléfono móvil, este vaso de cristal,
el vino, la pasta de dientes...El dióxido de silicio está en todas partes...En
los plásticos de los aviones y en las aleaciones ligeras, en la pintura, en los
neumáticos, la cosmética y la construcción. La arena que se extrae no vuelve;
está en nuestros edificios, puentes, carreteras, aeropuertos. En el 2020 China
no tendrá ni un solo río que llegue al mar con su carga de arena. Las arenas
del desierto no se pueden utilizar para la construcción pues no compacta".
Me ha
conmovido hasta preguntar a expertos medioambitalistas comunitarios, entre los
que cuento muy próximo a mi compañero valenciano Andreu Perelló, bestia negra
del lobismo tabaquista, y en especial de la insufrible Philips Morris, muy
preocupado por el lacerante efecto costero del cambio climático.
Los
problemas son reales, con independencia de enfatizar las aristas más graves, la
temperatura del planeta y/o la administrada escasez del dióxido de silicio.
Para Andreu la renovación mental de nuestra civilización va demasiado lenta
aunque la Humanidad, en la cercanía del precipicio, puede reaccionar aún.
La
falta de arena siembra enseguida alarma. Bien recuerdo la de los vecinos de las
playas de Salinas/San Juan/El Espartal y de la gijonesa de San Lorenzo que han
visto pérdidas sensibles de arena robada por el comportamiento de unas olas
cuya inesperada terquedad fue provocada. El senador Iglesias había pedido un
informe limitado, causal y territorialmente, pero que revela, junto a otras
expresiones, sentida preocupación social. En Gijón quedan al descubierto, en la
bajamar, los pilotes de las antiguas construcciones que se cargó el legendario
Alcalde anarcosindicalista Avelino G.Mallada, durante la guerra civil. En el
Sur de Inglaterra, están próximos los dos tipos de playa, de arena o grijo;
jamás imaginé en mis tiempos de estudiante estival en aquellos lares que un día
pudiera predominar la fealdad de las pedregosas negruzcas, tan presentes en el
novelista de moda-¿futuro Nobel?- Ian Mcwan, y antes, en Greene. A la cantante
Madonna le gustaba, no obstante, pasear descalza por esas playas que para mí no
son tales.
¡Y
todavía apenas conocemos de cerca los saqueos masivos de esta Apocalipsis que
publicita Delastrac! La 2 de televisión ya se ha hecho eco contando la
desaparición de islas de Indonesia y el cambio de actividad de los pobres
pescadores del Estado fallido de Cabo Verde que de su actividad tradicional se pasan
a la extracción y tráfico de arena.
En otro
orden, estos días pasados salieron, en estas páginas de La Nueva España, las
protestas ponderadas de dos antiguos y queridos concejales vetustenses, Pedro
Quirós sobre los agujeros que se abren en Las Regueras, y Carlos F. Llaneza
perorando acerca del Naranco y otras caleras indiscriminadas. Son arenas,
canteras, que hieren, ya no la piel costera, sino las entrañas paisajistas
interiores que rompen el equilibrio de ese lugar común edénico que llamamos
Naturaleza.
Leopoldo
Calvo Sotelo, que desplegaba fino humor, desde su atalaya del Eo, solía
resaltar el sinsentido de la draga arañando arenas y fangos del puerto
ribadense ampliado de Porcillán, que vomitaba luego en la parte asturiana de la
ría. Se devolvían los lodos, Leopoldo dixit, de nuevo al otro lado en evitación
de acrecer el descomunal tapón del canal que amenaza el astillero figuerense.
No
había relacionado yo la unidad de todas esas depredaciones de signo diverso.
Tarde
es mejor que nunca.