miércoles, 19 de febrero de 2014
La silla vacía
El papel de la Comisión Europea en el conflicto con Tenneco y en la puesta en práctica de una política industrial activa en la UE
Javier Ballina- Abogado y coordinador en Asturias del Parlamento europeo
Cuando la pasada Nochebuena el vicepresidente de la multinacional Tenneco, Mike Charlton, informó a la Comisión Europea de que no acudiría a la reunión que ésta había convocado en Oviedo para buscar soluciones al conflicto ocasionado por el cierre de su planta gijonesa, seguramente la imagen de una silla vacía rondó por la cabeza de algún funcionario bruselense. El 30 de junio de 1965, Couve de Murville, ministro de Asuntos Exteriores de Francia, concluyó la presidencia de turno del Consejo haciendo constar la existencia de un desacuerdo de su país con la comisión Hallstein. En palabras de De Gaulle, se trataba de una "tecnocracia, en su mayor parte extranjera, destinada a entrometerse en la democracia francesa". Lo que siguió fue una de las mayores crisis del proyecto comunitario. Durante seis meses los franceses no pisaron Bruselas. Al episodio se le conoce en la pequeña historia de las Comunidades como la "crisis de la silla vacía".
Más allá del sonoro plantón a las autoridades comunitarias, existen otras similitudes entre ambas sillas vacías. Así, las dos traen causa en una actitud decidida por parte de la Comisión que, apoyándose en las posibilidades que le ofrecen los Tratados y en alianza con el siempre batallador Parlamento Europeo, trata de dar una respuesta política comunitaria a problemas claves para el continente. Si en 1965 el presidente Hallstein buscaba recursos propios para financiar la Política Agrícola Común, en la actualidad el comisario de Industria y Emprendimiento, Antonio Tajani, capitanea una ambiciosa estrategia en favor de la reindustrialización de Europa. Conviene recordar, especialmente en Asturias, que el sector industrial crea en la Unión uno de cada cuatro puestos de trabajo (hasta los 34 millones), y que cada puesto en este sector genera dos en los de servicios y suministros.
Además, en ambos casos, la negativa a dialogar se basa en un rechazo visceral de este activo papel que la Comisión pretende desempeñar. Lo que para De Gaulle era una tecnocracia entrometida es para Tenneco, sin duda más prudente en sus calificaciones, un invitado no deseado en una negociación en la que, tras la reforma laboral impulsada por el Partido Popular, suya parece ser la hacienda, la casa, el caballo y la pistola.
No cabe duda de que la entidad de estas crisis es muy diferente. La paralización de las instituciones comunitarias en 1965, con De Gaulle invocando la "grandeur" de Francia, parece la Gigantomaquía al lado de la escaramuza de Tenneco. Pero las apariencias pueden ser un poco engañosas. Como indica Jean Monnet en sus "Memorias", De Gaulle nunca tuvo en aquella crisis una posición de fuerza. El edificio europeo, cimentado en una idea de interés compartido y apuntalado por los tratados, era demasiado sólido. El compromiso de Luxemburgo que zanjó la polémica no fue una victoria para las soberanías nacionales. Monnet señala que solo les concedió algo de tiempo, extendiendo hasta 1986 la regla de la unanimidad de los Estados en la toma de decisiones. ¿Tiene hoy la Comisión esta fuerza en su negociación con una multinacional como Tenneco? ¿Tiene Antonio Tajani, uno de los europeístas más destacados de la comisión Barroso, margen para liderar una política industrial activa? ¿Puede la Comisión proteger un modelo de bienestar europeo bajo asedio liberal? ¿No revela esta crisis, aparentemente menor, los límites del poder comunitario?
El último movimiento en este ya "affaire Tenneco" ha sido la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Asturias declarando la nulidad del ERE impulsado por la multinacional y que había sido planteada por los trabajadores de la planta gijonesa. Habrá que ver la reacción de la Comisión. En su reciente contestación a la pregunta impulsada por los eurodiputados socialistas Antonio Masip y María Muñiz de Urquiza, el comisario Tajani constata la falta de cooperación de la multinacional e indica que la Comisión estudiará la posibilidad de crear un grupo de trabajo con vistas a atenuar el impacto social del cierre y a preparar la reestructuración de la región. Demasiada ambigüedad incluso para la prudencia comunitaria. No se trata de que la Comisión convierta el correo navideño de Mike Charlton en el telegrama de Ems. Pero sí de ser conscientes de que la institución llamada a posibilitar la respuesta europea a los desafíos del siglo XXI no puede conformarse con hablarle a una silla vacía.
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