Querido Presidente de la Junta General del Principado, alcaldes y amigos.
Hace unos momentos, llegando desde el aeropuerto hasta aquí, una de las magníficas colaboradoras que tiene la alcaldía de este Ayuntamiento me puso al corriente de que este lugar, en el que tan buena rehabilitación se ha hecho, dio cobijo al Mariscal Ney. Y dado que hay alguien, y me parece estupendo, que tiene interés por estas conotaciones entre históricas y legendarias, se me ocurre lanzar para que algún otro lo investigue mejor, que entre los colaboradores más cercanos de Ney estaba un lugarteniente al que a su vez acompañaba su familia. A Asturias, puede que entonces a Soto del Barco y este Palacio-Hotel, vino Aurora, una niña de apenas ocho años, hija de ese alto oficial francés. Pues bien, con el tiempo Aurora devino George Sand, la famosísima escritora que tanto se reivindica por el nuevo feminismo. Fue amante de Guy de Maupassant y Federico Chopin.
Tras este exordio, paso a leerles el texto del pregón
Cuando a las llamadas de la Alcaldesa de Muros y del Alcalde de Soto acepté esta encomienda pesaron en mi ánimo mi mucha cercanía a este trozo del Paraíso, mi compromiso en la defensa de la pesca de la angula en el Parlamento Europeo cuando se quiso prohibir totalmente las que no alcanzaran el gigantismo de doce centímetros, y mi añoranza de un producto exquisito de sabor excelso y refinado por más que infrecuente.
Esa añoranza forma parte de mis íntimos recuerdos, cuya mínima remembranza es bálsamo que ayuda a cicatrizar las heridas vitales como le sucedía al caballero con el Fierabrás, entre mítico y utópico.
Como he vivido una infancia muy acomodada, las prácticas consuetudinarias clasistas de los míos también lo eran y, entre ellas, de forma muy destacada, mi abuelo materno nos arrastraba al lujo de exquisitos condimentos para la cena de Nochebuena y las comidas de Navidad y Año Nuevo. El rito se depuraba minuciosamente ya en el verano planificando quiénes y cómo traerían, desde la frontera francesa, los champanes, los caviares y el foie para toda la familia, contando muy especialmente el cálculo de los que se iniciarían por edad pues nunca se esperaba baja alguna entre los mayores. Lo del paso de la aduana, con riesgo de decomiso no era asunto menor en tiempos de aislamiento y cuando, por ejemplo, desde Irún a Avilés, el fundador de la Alianza Francesa, ingeniero Jefe de Cristalería/ Saint Gobain, de La Maruca, solo se cruzó tres coches, ¡en casi medio millar de kilómetros!, como dejó en un significativo documento, que yo mismo le oí de viva voz.
Ya cerca de las Navidades se encargaba el capón y, con las fechas encima, las angulas que jamás faltaban y eran objeto de una jerigonza especial sobre calidad, color del lomo, temperatura y levedad del aceite, tipo de cazuela y madera del tenedor, sonido inconfundible y la saltarina guindilla; en fin, preparación, no menos ritual. Fui, por tanto, un niño adicto, que relacionó en su paladar angula con Navidad y Año Nuevo.
Como efecto colateral no descartaría que mi ancestral aversión a la fumadera del tabaco tuviese alguna recóndita relación con que se utilizaba como lenitivo para terminar, insisto en la naturaleza de los ritos, con las angulas que llegaban a la cocina "vivitas y coleando". Horribles efectos del tabaco que repugnantemente mascaban el Capitán Haddock, inseparable de Tintín, de Tintín y Milú, y algún que otro cuatrero de los tebeos western de mi tiempo.
Quizá para justificar la adopción familiar de una espera más o menos ansiosa por las angulas, que ninguno de mis compañeros de clase del Colegio tenía en su casa familiar, se había ido construyendo la leyenda de que, aún sin muchos recursos, nuestros bisabuelos también practicaban los mismos ritos en el País Vasco, en tiempos de menor escasez angulera y que el mismo bisabuelo Don Floro echaba la barca para el autoabastecimiento de la suculenta cena. En La Regenta, Clarín hace alusión a la pesca de un viejo aldeano que, con sus artes, y medio podrida barca, se adentra nocturnamente en el río Celonio, nombre que debe corresponder al Nalón, de cuyos productos, anguila incluida, hace muestra la mesa de manjares de los Vegallana, la casa más exquisita y, digamos, potuda, de Vetusta. La descripción de Leopoldo Alas introduce el adjetivo polisémico de "monstruosas" para las anguilas de las que van a dar cuenta los comensales invitados.
Aquel entrañable antepasado mío, riojano, traspasado de Santo Domingo de la Calzada a la ría del Nervión, profesor de árabe, que escribía ese alfabeto exótica y ortodoxamente de derecha a izquierda, se negó a trasladarse, como traductor de textos clásicos, al Centro de Lenguas de El Escorial por no abandonar su bote de vela y remo, en el que una tarde tuvo el privilegio de recibir de la Naturaleza el enigmático zig/zag del llamado rayo verde, que Don Rafael Altamira, tan vinculado a Clarín y a la mejor época de la Universidad de Oviedo, situaba como frecuente entre los conspicuos a San Esteban de Pravia y/o San Juan de La Arena.
Y como en mi ideario político escoro, dentro de mi ideología social, a lo que se suele llamar "prietismo", no puedo olvidar que Don Inda calificaba a los anguleros como los más pintorescos y clásicos pescadores de un tramo del Nervión, tierra que hubo de acogerle cuando su familia, en la indigencia, abandonó Oviedo, su solar natal.
(Prieto, con británico humor, no dejaba de propalar que en 1891 entró en Bilbao a la vez que el cólera que tanto daño causó ese mismo año)
Sea como fuere, el arraigo consuetudinario de las angulas es, repito, conmigo fortísimo.
Conciencia de precio desorbitado que, en el Fontán vetustense, tuve cuando a mi entrañable pediatra, Don Luis Azcoitia, al que envidiosos de su gremio hipocrático le llamaban "Herodes", se quejaba que al matrimoniar su hija única deberían repartir sus dos raciones de angula con el nuevo miembro de la familia.
Casualmente el tal yerno, que nunca las había degustado, las desdeñó…La gran discusión fue entonces que la chica animaba a probarlas a su enamorado y don Luis se quejaba de que le iniciara en semejante absurdo para todo el que no fuera ni él ni su querida hija, pues se negaba a alterar el presupuesto.
Ya en la madurez vine múltiples veces a la entrada de la La Arena donde en la trastienda de Mi Tienda, el matrimonio propietario nos hacía a mis queridos amigos moscones, los Queipo, los Álvarez Areces, Juan y Emilia,tan triste y recientemente idos, y los Prieto, con la incorporación, desde Somado, de los Uría, nuestros íntimos.
Nos las preparaban, casi clandestinamente, dadas las jubilaciones de Mi Tienda. Eran opíparos almuerzos de tortilla de angulas, angulas y aún más angulas para terminar.
He recorrido mucho mundo y me he sentado a la mesa de los más afamados chefs, sin conocer manjar igual.
El gran Paco Ignacio Taibo I, nos dio cuenta de una exótica fabada asturiana en New Orleans, con el nombre francés de cassoulet, y en cuanto a otra exquisitez de nuestra latitud, los percebes, se encuentran y degustan también en Bélle Île frente a la costa bretona, pero lo de las angulas, como aquí, haberlas haylas, pero no las he encontrado ya en los cuatro continentes que conozco y me extrañarían en Oceanía o en la Antártida que renuncio a conocer, salvo que si las hubiera, en cuyo caso prometo viajar hasta donde las sepan pescar y preparar, virtudes para mí, solo de por aquí, del Norte cantábrico.
El afán a la prohibición, que he sentido en Bruselas, me la explican las lecturas del gran Don Álvaro Cunqueiro, cuando se refiere a las del Baxo Miño, y a su amigo, al que conocí, Néstor Luján, que con el acreditado seudónimo culinario de Picwich, se extiende en que las angulas son del Sur europeo mientras que en el Norte se aferran a lograr anguilas.
Al poco de mi intervención en favor de las angulas en el Parlamento Europeo, en contacto con los pescadores cántabros y asturianos, me entero de que en la Albufera, de Valencia, la de Blasco Ibáñez, tras años de desaparición las angulas han vuelto.Mi compañero Vicent Garcés, al que mucho quiero, me habla del viaje ancestral de estos pequeños animalitos entre la Albufera y el Caribe.
Pasando los años establecí un estrecho contacto con otras buenas gentes de la Arena.
Junto a Eloina, mi mujer, otros matrimonios se nos sumaron a la peregrinación sabatina a establecimientos varios, entre ellos el mítico Gurugú, que creo vuelve, ya sin angulas, como servicios del Puerto Norte, hasta recalar nuestro grupo en la entrañable La Escollera, de la familia Faedo, y el trato habitual con esa popular Banda La Garabuxada, que dio nota de color en las fiestas mateinas y me acompañó por las calles de Bochum, la ciudad hermana de Alemania.
Tuve, por aquellas calendas, un aparatoso accidente en el que nos dimos contra un rebaño de ovejas que el pastor enfrentó temerariamente a nuestro paso, con muerte de veintitantas cabezas y el correspondiente trauma. Esa misma tarde recibí un delicado mensaje de los amigos de La Arena sobre las diferencias entre corderos y angulas.
Pero si soy político no menos me tira la literatura y de La Arena me cautivó además de ese trato humano y culinario, el que uno de los mejores poetas de toda la civilización hispana, Rubén Darío, encontró en ese mismo trozo de Paraíso un solaz esparcimiento, del que también hablan Pérez de Ayala y Azorín.
Mucho debemos agradecer al abogado y escritor asturnicaragüense Heradio González la insistencia constante de esa relación de Rubén con sus veraneos en Riberas de Pravia y La Arena. Antes Gamallo Fierros, Ramón García de Castro y Juan Antonio Cabezas me habían llamado la atención sobre la trascendencia de la espiral del Bajo Nalón/Rubén
Una emoción como con el poeta nicaragüense, que tanto impactó en los españoles, que reconocerían Juan Ramón Jiménez y Valle Inclán, que lo haría personaje de su Luces de Bohemia, sentí redobladamente cuando me topé, en la Escollera misma, con el irlandés Seamus Heaney que dedicó su canto a la anguila, en manuscrito que exhiben orgullosamente, y no es para menos, los Faedo.
Seamus fue luego Premio Nobel y se acaba de morir pero definitivamente vinculado a esta costa, marítima y fluvial
La angula es nuestra, recóndita y legendaria, ¡cuidarla y difundirla!
Forma parte del trabajo artesanal y, aunque queden pocos pescadores mantengamos esa calidad de trabajo, preparación y gusto al que desde niño le soy fiel y debe de seguir dando riqueza y actividad y emblema que es vuestro, y más nuestro que nunca cuando estas actividades pesqueras y gastronómicas son dignas de defensa y, aún, de prudente expansión.
La angula es de aquí pero por algo resiste en este trozo, como vengo calificando, del Paraíso, sencillamente porque sois los amigos, sus amigos, los mejores amigos. Nada a su misma altura de imitaciones o afeites. No hay gulas que valgan ante un producto como las auténticas angulas que vosotros mantenéis y os estoy profundamente agradecido. Las gulas lo que hacen es resaltar más la calidad, gusto y esfuerzo laboral y cultural del cedazo con el que se capturan las auténticas. Y he llegado a la conclusión que no solo hemos optado nosotros por la angula, ellas han hecho un viaje milenario buscando, como insinúa también la gran obra clariniana, San Juan de La Arena, Soto y el Castillo, para distinguir excelsamente a la Escollera, los Faedo, Cubillo, Andrés y Mari, Alvarina, la Cofradía pixueta, "Casa Javier" del Castillo, "El Pescador, Chispa, Matagatos, Marquinos...