En los años cuarenta, la dueña de "La Cloya", de Grado, de cuya familia saldría luego Alfonso Álvarez Miranda, ministro en el último gabinete de Franco, llamaba Sebastopol a uno de sus pupilos, industrial catalán, que resistía todas sus artes de celestinaje con que trataba de matrimoniarle en la villa. En aquellas calendas se mantenía popularmente viva la legendaria memoria de una ciudad lejana y oriental que tardaba en rendirse al asedio. En el Sebastopol de hogaño, el Estado Mayor ruso, consciente de que le faltaba todavía el trámite formal de la aprobación de la Duma, por más que careciera de prestigio democrático alguno, procedió a una invasión de Crimea con un Ejército pretendidamente anónimo como si se tratara de una obra de Bradbury/Truffaut, ocupantes apátridas, disfrazados de la flagrante contradicción de "bomberos incendiarios".
La escenificación de ciencia ficcional duró poco y el atrezzo no engañó a nadie como ocurre en los montajes teatrales por muy veristas que sean. Putin mostró enseguida su rostro de antiguo jefe de la KGB, dispuesto a diseñar las más siniestras operaciones, intranquilizando sus fronteras. El nombre Ucrania hace temblar al mundo con semejante vecino expansionista, como otros predecesores soviéticos lo hicieron ahogando incipientes democracias en Budapest-1956, Polonia, Praga-68, Georgia... El Papa Francisco, a cuya intervención dominical del Ángelus asistí en la Plaza de San Pedro, iniciaba sus palabras, como era de suponer, por la dolorosa preocupación de Ucrania.
Mientras constataba yo, zapeando, que, a un lado y a otro del Atlántico, todos los telediarios abrían con semejante noticia y comentario de Ucrania, para la tertulia de los desayunos de RTVE del lunes, no obstante, era el tercer motivo de debate, tras el hipotético aumento del IVA y la elección del Presidente del PP andaluz, habida dos días antes. No me entra en la cabeza que Julio Somoano, director del Ente, ovetense espabilado, se haya dejado meter semejante gol en propia puerta. Menos mal que, a continuación, mi colega de la Comisión JURI, López Istúriz, del que tanto discrepo partidariamente, le daba en su brillante entrevista la máxima y evidente prioridad.
Si el principal medio de comunicación patrio jerarquiza la actualidad de esa forma, qué esperar del grueso de la opinión española. Sin embargo, en el tablero de Ucrania/Crimea, la Humanidad se juega mucho; la partida no ha terminado cuando esto escribo y estoy viajando de Roma a Brubru.
Bien sé de Crimea por Anton Chéjov, por los acontecimientos que desencadenaron la primera guerra mundial, de la que se cumple el centenario, y también porque recuerdo cómo el Ejército soviético aprovechó la vacación agosteña allí de Gorbachov para su golpe, del que la Perestroika quedaría tocada ya para siempre. Sabemos algunas cosas, en efecto, de la Literatura y de la Historia, y aún de la Geopolítica, pero más me interesa el padecimiento de un pueblo, el ucranio en general, que con tanta capacidad de movilización y ansia europeísta fue capaz de echar a Yanukovich y se merece consolidar pacíficamente su libertad, su democracia y su soberanía sin injerencia de Ejércitos vecinos, con o sin ropa de camuflaje.
Aquel joven catalán, apelado metafóricamente Sebastopol, se terminó entregando al encanto amoroso de una asturiana; ojalá que sea el amor a la Libertad la única rendición del genuino Sebastopol de hogaño.
3 comentarios:
Precioso.E
Desde la discrepancia habitual, te felicito.S
A ver si el amor puede todo !! lo malo claro !!
Un abrazo
Izaskun
Publicar un comentario