Ha cerrado hace semanas Jena, una cafetería a la que asistí a su inauguración y al cierre. Entre una fecha y otra, medio siglo y el recuerdo de Moncho Mier, el empresario de unos cines que tal él mismo ya tampoco existen; también de Miguel, antes de irse a IMPALA y luego al tan diferente que tuvo su propio nombre en letras de neón. Benjamín, el último propietario, era ya la compenetración absoluta con el establecimiento en el que le ví crecer, él me dice de cuando hacíamos la mili pero fue sin duda mucho primero.
Jena era acogedora aunque su escalera se me hizo terca de subir sin barandilla del lado derecho, a partir de mi antiquijotesca enfermedad andarina. La fachada era un logro de diseño, que no sé quién la inventó; si me dijeran que fue Chus Quirós o Elías/Santamarina,o Menéndez Hevia, o Juan Vallaure, que ya se habría muerto, o mis primas María José Fontana, y aún Patricia Urquiola, demasiado jóvenes, me lo creería, pues es de verdadera simple calidad.
También el nombre tiene su aquel. ¿Por qué haberse ido a tomarlo de Turingia cuando ese suelo pertenecía a una llamada República Democrática Alemana, RDA, Alemania Oriental, o Comunista, con la que ni había relaciones diplomáticas? Comunismo o no, Jena ciudad conservó siempre una imagen de marca por la bondad de sus vetustos investigadores y fabricantes ópticos. De ahí probablemente que a un hombre del cine como Mier le sedujera. Se nos ha muerto ha mucho Luis Arrones, que, a buen seguro, hubiera recogido la anécdota del porqué JENA fue JENA como hizo con tantos chigres y bares. También interesaría a Ignacio Gracia Noriega. Al fin y al cabo estas cafeterías no dejan de ser chigres actualizados, en una tradición que quizá termine con este cierre de JENA y que pudo haber comenzado, en el Oviedo de los cincuenta con aquel Astoria, que añoraba Juan Benet, el novelista ingeniero, aún no reconocido en el nomenclator ovetens, pues escribió,en Uría,29 su primera obra, "Nunca llegarás a nada". Acabo de leer que Dionisio Ridruejo y mi buen amigo Ricardo Gullón, perdidos en Austin (Texas), mataban su tiempo valorando confluyentemente la "sorprendente" calidad de Benet, vecino circunstancial de Oviedo; Juan, a su vez, llamaba "el tesinando" a Francisco García, su erudito estudioso ovetense.
Astoria dije y no sé si antes el Kopa, Kopa Club, de grafía tomada de un delantero del Stade de Reims, luego del Real Madrid, o el Kopa/Kopín que nació primero y duró más, con un tipo de rincón y paisanaje que refugia abajo La Goleta y que torpemente se esfumó antes en "Marchica, rojo" o en El Pelayín.
¿De cuándo son Quinta Avenida,el Chiqui o Maga?
Si las tascas se nos fueron con sus carismas y mitos (La Perla, Azpiazú, Cechini, el viejo Bango, Azul, la Viuda de Basilio, Perucha, Modesta, que inmortalizó un cuadro de Jaime Herrero, los González, La Campana, Artabe, el Autobar, de Conrado Antón,el Cabo Peñas, de Alejandro, el Cantábrico, de Velasco, El Lobato cervantino, Doña Urraca,de Tino, Lito, Manolo, El Escopetu, Tuto, Noriega, Sport, el bohemio La Quintana, El Manantial, Galess, Los Caracoles, el Gato("chigre absoluto", Cela dixit), Perón, con espantosos frescos que Pedro Caravia y Cheni Uría, filósofos peripatéticos, llamaban, con humor, "Capilla Sixtina"...y ya en los albores de la cafetería moderna, Noel, las de Palacio Valdés(Café de Alfonso, Palermo...),Paredes, El Pelayo, Parsifal, Sevilla, la irrepetible Babilonia, Logos/ Alvabusto, JL, Las sucesivas Palomas,Marchica y El Cantábrico, de triple entrada,los Tres Reyes, continuidad del Ayuntamiento; Nebraska y Santafé, en las que paraba Ángel González, Casa Ismael, Arrieta, el Rialto de clarisos, puritanos y liberales, en el tardofranquismo, Cafeteo, San Remo, por el Festival... ocupan una suave nostalgia en la que nunca quise entrara JENA, pero la triste realidad de la atonía mercantil y de las inexorables jubilaciones pueden más que ese mi sentimiento, fugaz y epidérmico, sin duda, por íntimo e irracional, absurdo.
Hay quien resiste pero mi melancolía está con Jena, en un indudable plano cortical del cerebro, y Tuto, sin duda, en otro más profundo, y varios apéndices de una ciudad que se me desaparece hasta hacérseme irreconocible no en la realidad aunque sí en el sueño de pinchos o vinos, o rótulos, que, como el de la Peluquería Calzón quise conservar y conseguí hacerlo con los anuncios de la estación de El Vasco. Aún nos viven muy dentro El Nalón, La Mallorquina, Santa Cristina, Casa Conrado, El Güelo, Tizón, La Gruta, La Taberna del zurdo, Naguar, en las que creí estar en Tribeca, El Ovetense, Punto y Coma, Ordoño, Dulcinea/San Pablo,las Bellotas, y antes El Latino,los de Silla del Rey/Argañosa/V.Masip, Casa Muñiz, Rívoli, que antaño tuvo exposiciones y, apurando el recuerdo, conserva el elevado aroma que dio la librería que fue de Manolo Lombardero, la entrañabilidad de Casa Pedro, El Grano de Oro, Marcelino,que acuñó aquel castizo título de "Pan y vino", La Gran Taberna, y antes el Hogar del Labrador, el societario Niza, del generoso Genaro, Amparo y la insuperable Casa Gervasio, en Fuente la Plata, con un magnífico bodegón de Lelé Hidalgo, o El Ferroviario, que inicia la vía central y universal de la sidra, Casa Julio...y la gran aportación historicoartística del mural de Vivancos en Pick up, del genial Chus Quirós.
Gracias a Benjamin, a su equipo (Belén...) y a sus predecesores. Mi Brubru, como la llamo, no tiene ese sabor, tampoco mi nostalgia cuando estoy a punto de abandonarla tras una escala vital que ha durado diez años, con medio millar de ventanas sabatinas,en un calendario de los que sigo usando aunque sean obsoletos para la era digital.
De Jena me despedí, con los Cueto Serrano,que me invitaron.No esperé, como con la Librería Santa Teresa a que Alberto Polledo bajara la persiana,o,tal Peñalba,a llevarme una cucharilla, o una taza de Alvabusto, con la que sigo desayunando, pero allí dejé un cachito, que, como polisémico de inocente picardía, fraseaba una tal Gloria Lasso, dentro de ese errático sentimentalismo ovetensista que me corroe.