La competición entre las grandes potencias es un hecho: Estados Unidos compite con una Rusia más activa en política exterior y una China en auge. La región de Oriente Próximo, el mar de China Meridional y Ucrania son escenarios donde se pueden comprobar los diferentes intereses de esta nueva realidad.
Releyendo The Great Experiment, de Strobe Talbott, me encuentro con una cita que me hace pensar que las semillas de algunas de las dinámicas que vivimos hoy ya estaban sembradas. El libro recoge una conversación que tuvo lugar en diciembre del año 2000 entre el entonces presidente en funciones, Bill Clinton, y el presidente electo, George W. Bush. Clinton le dice a Bush que, a juzgar por su campaña electoral, parece que las cuestiones de seguridad que más le preocupan son las relaciones con Sadam Husein y el despliegue, a gran escala, de un sistema de defensa antimisiles. Bush contesta: “Eso es absolutamente cierto”.
La implementación de estas dos grandes políticas tuvo que esperar por el inesperado y trágico acontecimiento del 11 de septiembre, en el que Estados Unidos concentró sus energías. Las tensiones potenciales dieron paso a un paréntesis de colaboración generado por la solidaridad antiterrorista.
Ese periodo, en el que todos nos sentíamos americanos y, según Bush, Putin parecía “muy sencillo y digno de confianza”, se empieza a venir abajo cuando Estados Unidos anunció su retirada del Tratado de Misiles Antibalísticos, para poder desarrollar un sistema de defensa antimisiles que le permitiera defenderse de Irán. La importancia de esta decisión no pasó desapercibida en Moscú.
Estados Unidos no parecía entender que estábamos al inicio de una era multipolar, que haría muy difícil imponer —sin causar estragos— una política como la que, implícitamente, proponía la frase del presidente Bush. En el año 2007, en un importante discurso con motivo de la Conferencia de Seguridad de Múnich, Putin mostró con toda claridad su rechazo a la manera en que se estaban desarrollando las relaciones internacionales. Puso varios ejemplos, entre ellos la intervención en Irak, pero no olvidaré el énfasis en la defensa antimisiles, que consideraba como una ofensiva frente a Rusia y una ruptura de la seguridad común en Europa.
En el verano de 2008 tuvieron lugar tres acontecimientos que demostraban, inexorablemente, que la multipolaridad era un hecho. Durante el mes de agosto, China —como anfitriona de los Juegos Olímpicos— nos mostraba su esplendor. Recuerdo cómo todos contemplábamos aquella presentación de un nuevo actor internacional de peso. En los mismos días se produjo la primera acción por parte de Rusia en Georgia, dando a entender —claramente— que el concepto de zonas de influencia seguía vigente para Rusia. Fue una gran llamada de atención al mundo. Tan solo un mes después, el 15 de septiembre, caía Lehman Brothers como el pistoletazo de salida a una crisis económica que aún estamos lejos de superar y que ha tenido consecuencias no sólo para la economía global sino también en la geopolítica.
Al mismo tiempo, China —que llevaba tres décadas creciendo a una media del 10% anual— observaba, casi intacta, cómo el resto del mundo sufría las consecuencias de la crisis financiera. Reafirmada como gran potencia, parecía poner en cuestión la idea —tan repetida en la era de Deng Xiaoping— del “ascenso pacífico”. En 2008, Pekín aumentó su presencia en el mar de China Meridional, de gran interés para Estados Unidos, y empezó a ejercer más presión sobre sus vecinos, reclamando sus pretendidos derechos históricos; con algunos de ellos Estados Unidos mantiene acuerdos de seguridad militar. A finales de 2013, las tensiones se intensificaron, cuando China amplió su zona de defensa aérea a un área disputada con Japón, y Estados Unidos, que había sido desde la II Guerra Mundial la potencia marítima del Pacífico, lo consideró un acto provocador. Las reclamaciones de soberanía por parte de China son una reivindicación de poder en una zona que consideran de su influencia.
El mundo multipolar se hacía real. Solo faltaba reconocerlo en las instituciones internacionales. Esto ocurrió en la reunión del G-20 de Seúl, en el año 2010. Se hizo un esfuerzo por dotar a los países emergentes de una representación más adecuada a su peso en el FMI, que se haría efectiva en el 2014. Sin embargo, despedimos el 2014 sin que la reforma se implementara, por el veto del Congreso estadounidense. Poco tiempo después, China creó el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura. Fue un momento en el que podía pensarse que las instituciones de la economía global se fragmentaban, aunque la presencia de los países europeos y la conversación ulterior, en Washington DC, entre Xi y Obama parecían desmentir esa idea.
En febrero de 2014, el conflicto de Ucrania dio una mayor visibilidad a la activa posición de Moscú, enfrentándose con las posiciones de Estados Unidos y Europa, transgrediendo los compromisos adquiridos en Helsinki. Sin lugar a dudas, desde que el pasado mes de septiembre Putin decidiera implicarse en el conflicto sirio, esta determinación se ha hecho aún más palpable. Ahora, su papel es decisivo para llegar a la paz y los demás actores necesitarán a Moscú para lograr un acuerdo.
El mundo de hoy, en la primera quincena del siglo XXI, es muy distinto al que algunos podían imaginar a finales del siglo XX, tras la caída del muro de Berlín. Desde una perspectiva histórica, 15 años es mucho o poco en función de la intensidad de los cambios. Si a la descripción de la competición entre grandes potencias sumamos la nueva realidad de Oriente Próximo —con la confrontación entre suníes y chiíes, las primaveras árabes, la aparición del Estado Islámico y el indecible sufrimiento de la población y los refugiados— es indudable que la intensidad de los cambios ha sido extraordinaria.
Sin embargo, hemos logrado cooperar para avanzar en dos cuestiones vitales: la proliferación nuclear y la lucha contra el cambio climático. El pacto nuclear con Irán y los esperanzadores resultados de la cumbre sobre el cambio climático son, sin duda, un foco de luz en este período. Es esencial llegar también a acuerdos en cuestiones de seguridad, para lograr un mundo más estable; y, ahora mismo, nuestra prioridad es la paz en Siria. Debemos, entre todos, lograr el éxito en las conversaciones de paz en Viena.
Javier Solana es distinguished fellow en la Brookings Institution y presidente de ESADEgeo, el Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE.
© Project Syndicate, 2015.
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