PALABRAS PARA HOMENAJE A BUENO DEL CENTRO RIOJANO
Gracias al Centro riojano por invitarme a intervenir.
Debo decirles, en primer lugar, que si Gustavo es un ilustre riojano, de Santo Domingo de la Calzada, y por eso estamos convocados, una rama determinante de mi familia proviene de ese mismo solar en el que el maestro Hilario Pérez, hermano de mi bisabuelo materno, don Floro Pérez Villarejo, da nombre a una de las calles más céntricas. Mi bisabuela, Josefa Hidalgo Vázquez, era también riojana, de Matute, Logroño.
Matute está equidistante, cuarenta y uno kilómetros, de Logroño y Santo Domingo.
El mismo don Floro, al que conocí, y del que soy biznieto mayor, plantó para mí un limonero. Era arabista y enseñante. Se jubiló como Director de la Escuela Náutica de Santurce, Vizcaya.
Gustavo es catedrático en 1949 en vida aún de don Floro.
Los antepasados de Gustavo tuvieron que tratarse con los míos, en un pueblo tan pequeño y de identidad histórica tan arraigada.
En el cercano Ezcaray, núcleo también riojano, hay varios establecimientos (farmacia, hotel...) bajo el rótulo Masip, pero mis padres se conocieron en Oviedo.
Y sin saber nada de nuestras pasadas generaciones riojanas, conocí, traté y admiré a Bueno en esta ciudad, de la que fui dos veces alcalde siendo él uno de los ciudadanos más ilustres y representativos.
Recuerdo muy bien cómo entré en su contacto. Nada que ver con nuestras comunes raíces riojanas que ahora me enorgullecen y de las que blasono ante ustedes.
Yo estudiaba en la Universidad de Deusto donde me encargaba de la distribución de una revista que emergía con fuerza democrática, Cuadernos para el Diálogo, en cuyos primeros números apareció un artículo de Gustavo, quejoso y crítico, de cómo el movimiento estudiantil en el que yo estaba comprometido apenas anidaba en las aulas ovetenses, al menos falto de la significación y la fuerza que lo vivíamos en otros lares.
Ese artículo me animó a escribirle desde Bilbao, a lo que, en un rasgo de bonhomía, procedió a contestar proponiéndome un encuentro que ultimaría semanas después.
Bueno, que todavía no había publicado apenas nada popularmente significativo, impartía sus clases en el viejo caserón de San Francisco.
Su magisterio era un auténtico espectáculo que no se reducía a los estrictos alumnos matriculados sino a otros muchos ocasionales lo que fue mi caso.
En aquellos mediodías, mucho aprendí de sus razonamientos brillantes tras el sorprendente, por su constancia, oximorón de "nieve frita".
Por mi parte, en el mismo caserón, cuyo patio preside Fernando de Valdés, alternaba esas clases voluntarias asistiendo a las de otro maestro, que sí era de mi próxima especialidad, Aurelio Menéndez.
Oviedo carecía probablemente de un movimiento estudiantil amplio como señalaba Gustavo pero su Universidad era ya un hervidero.
Gustavo mismo dirigía seminarios vespertinos- recuerdo los dedicados a Etnografía o Familia- abiertos a la ciudad y participaba en encuentros más discretos, prácticamente clandestinos, que, por ejemplo, tratando el marxismo, tan a la moda entonces, tuvieron lugar entre tres representantes del PCE y otros tres del FLP, grupo este en el que yo mismo me integraría.
Alrededor de las facultades de Derecho y de Letras, bullían tertulias, sobre las que Gracia Noriega, recientemente fallecido, me animó a escribir un libro conjunto que luego, como tantos, no hicimos nunca.
En Casa Noriega pontificaba, ya jubilado, don Juan Uría; en Alvabusto y Cervantes, Emilio Alarcos...
En Casa Manolo, las decadentes peleas de gallos,-¡y no es broma, pues había justas los domingos por la mañana!- tuvieron continuidad en polémicas interminables en las que era frecuente retorcer hasta lo indecible el argumentario de Bueno.
Repito, Gustavo seguía sin publicar, hasta que lo hizo en polémicas de fuste, tal las mantenidas con Sacristán o Valdés del Toro, descendiendo luego a la cotidianidad rosácea en las que sería famoso y bien conocido de la sociedad española menos versada en alturas filosóficas.
Prolongación de aquellos debates constantes,en torno a Bueno, proliferaron los varios ismos en los que se dividía la izquierda.
El gramcismo era defendido vehementemente por el entrañable Laso, uno de sus queridos discípulos, otras lecturas como las humanistas de Lefebvre, los Grundises, o Manuscritos de 1843 y 44, la de Sartre, o la del SPD alemán de Badgodesberg. Todas fueron fugaces.
Había, sin embargo, entre los que somos afrancesados, anidado epidérmicamente la aportación estructuralista de Louis Althusser en Pour Marx.
Bueno y su grupo trajeron a la nueva Facultad de la Plaza Feijoo a Balibar, uno de los más íntimos colaboradores de Althusser, y se acabó lo poco que ya quedaba de la polémica y la aportación científista.
(No se crean que si Gustavo viviese me iba a atrever yo a darles aquí opiniones filosóficas, con tanta rotundidad)
Por fin, la aparición de El Basilisco vino a cubrir una auténtica necesidad en la Filosofía española en general y en la Escuela de Bueno en particular.
Tuve el honor de que acogiese en su segundo número un documento que descubrí en México, "El Acta de la última reunión del Consejo Soberano de Asturias y León".
Precisamente el hecho de publicarse este importante papel fue lamentado de forma expresa por portavoces oficiosos del Partido Comunista no dispuestos a constatar determinadas actitudes sangrientas de sus correligionarios, sin apreciar cómo los Bueno, editores, optaban simplemente por dar a conocer algo que ocurrió y que no podía ocultarse en la emergente historiografía.
Ya en tiempos democráticos, hube de agradecer al querido filósofo su apoyo a la expresa prohibición del boxeo que hice como Alcalde, que sí mereció el favorable editorial de Mundo Obrero, órgano del PCE, mientras se oponía la representante comunista municipal.
También Bueno, mejor quizá, los Bueno, procedieron a una magnífica edición en Pentalfa del Gil Blas de Lesage que, siguiendo al riguroso, rigoroso decía Ortega, Tolivar Faes, pasó a ser, espero que para siempre en castellano, Gil Blas de Santullano, y no el mal traducido Santillana. Sartre, al que me refería antes, al escribir su famosa La Náusea demuestra no haber leído bien a Lesage y al personaje de su pícaro ovetense.
Mucho me prestó asistir en el madrileño Bellas Artes a la presentación de Bueno a uno de los libros de Pedro de Silva. Se empezaban a conocer los escándalos de corrupción política que emponzoñan la vida pública española. Gustavo terminó su alocución con un significativo:"¡Pedro de Silva,un político que no robó!".
De aquellos tiempos municipales, mi gran compañero y amigo, el también filósofo Avelino Martinez, me recordaba una visita privada a las consistoriales de Carmen y Gustavo, donde este nos adelantaba algo capital para Oviedo, su defensa histórica de la ciudad imperial, su equiparación a Toledo y Constantinopla, que estaría pronto en su Simploké.
He peroraro mucho sobre la calificación de Oviedo como la bien novelada que acuñó el gran Emilio Alarcos, extendió a lo ancho y largo Martinez Cachero y difundieron tres grandes comunicadores, Manolo Avello, Juan Cueto y Juan Benito.
Pues bien, siendo importantísimo eso de la bien novelada, la imperial, tal Bueno dixit, me parece también muy importante.
Lectura de citas de los números 18 y 24 de El Basilisco.
La ciudad, esta ciudad, siempre le estará agradecida.
Les hablaba de generaciones arriba de Bueno y mías, pues las que nos seguirán, como decía Paco Ayala...Francisco Ayala, al que conocí y admiré, que la eternidad se consigue rememorando a los antepasados e imaginando a nuestros descendientes a los que, esta tarde, solamente presto voz.
Mediavilla, sostiene en su última novela que se encontraban en una plaza de Castropol/Castroniebla, que llama Moure, Santiniebla, en Cernuda, "hombres todavía no nacidos que se reúnen para homenajearnos"
Esos no nacidos me llaman para que les diga a las claras que los ovetenses agradecerán siempre la dedicación a Oviedo de este riojano universal.
Muchas gracias, amigos asturriojanos,
Asumimos la obligación de no olvidar a este eminente filósofo, hijo adoptivo de Oviedo.
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