Carlos Suárez Nieto (Langreo, 1944), invitado de las Conversaciones de EL COMERCIO en el Club de Tenis, enmarcadas en las actividades del Aula de Cultura del periódico, evocó para comenzar el diálogo su niñez en Sama de Langreo, donde residió hasta los siete años. Director científico de la Fundación para la Investigación y la Innovación Biosanitaria del Principado de Asturias (Finba), jefe del Servicio de Otorrinolaringología del HUCA hasta su jubilación, director del Instituto Universitario de Oncología y catedrático emérito de la
Universidad de Oviedo, le puso humor a una época en la que no abundaba la dicha: «Ya lo dijo Rilke, que la patria es la infancia. Aunque las condiciones de vida no eran las mejores. Había cartillas de racionamiento y en mi casa se hacía pan. Yo era muy travieso, todos los días armaba alguna. Las primeras cosas que aprendí fue con doña Alegría, la mujer del acalde, a sumar y restar. A multiplicar aprendí solo y se quedó muy sorprendida. En El Miramar, un bar que estaba en frente de nuestra casa, me arrimaba para ver cómo escanciaban la sidra y oír cantar. En unas vacaciones en Gijón, escapé yendo en tranvía hasta La Providencia, donde había una fiesta. Me devolvió por la noche la Guardia Civil...». Con esos antecedentes, digamos, y a causa del traslado profesional de su padre, la siguiente etapa le trasladaría a Oviedo y al colegio Auseva. «Allí hice hasta Preu. Tuve de profesores a Turiel, a Cachero -que no daba Literatura, sino Historia-, o a Avello, en Formación del Espíritu Nacional. Conservo buenos recuerdos. Pero se me había acabado el corretear por la calle».
Sin embargo, la geografía se ampliaría notablemente cuando su familia decidió enviarlo a Francia dos veranos: «Querían que estudiara francés. Viajé solo a los catorce años, pasando por Venta de Baños y Hendaya, hasta París, donde fueron a recogerme. La primera impresión fue en las playas de Hendaya, allí hube de esperar unas horas para el cambio de tren. Descubrí los bikinis. Era otra forma de vivir, más libre. Empiezas a ver otras cosas y a pensar».
Inclinado a los estudios relacionados con las Letras, su progenitor le sorprendió matriculándolo en Ciencias, tras la reválida de cuarto de bachillerato. Opuso una inicial rebeldía, «cogí un rebote monumental». No obstante, al final, «claudiqué y no me arrepiento. En sexto de bachillerato ya comenzó a gustarme la Biología». De manera que el rumbo continuó hacia la Facultad de Medicina de Valladolid, alojado en un colegio mayor. «Valladolid era una ciudad muy conservadora, pero el director del colegio mayor, que pertenecía al Cuerpo Jurídico del Ejército, nos daba total libertad. Organizaba una gran actividad cultural y se le podía considerar en la oposición moderada al Régimen. Se me fueron despertando inquietudes sociales». Esas inquietudes trazaron un recorrido que terminaría llevándolo de Acción Católica al Partido Comunista. «Continuaba siendo de Acción Católica, un poco a mi modo, porque leía los libros que estaban prohibidos por el Índice y acudía a películas no recomendadas. En cuarto de Medicina, abandoné cualquier creencia y hasta hoy». El siguiente paso lo dio en Madrid, especializándose en otorrinolaringología en el Hospital de La Paz. «Tenía un primo, cuya madre era propietaria de una librería. Traían libros de Ruedo Ibérico. Yo viajaba a Francia. E incluso a los países del Este. En 1974, me hice simpatizante del PCE».
Llegó el momento de regresar a Asturias. Y el destino profesional le condujo al Hospital Covadonga. «Me incorporé en 1975. Había aluviones de gente y las condiciones materiales eran horrorosas. Pero yo venía con muchas ganas. Y fuimos mejorando, con la compra de material mínimo. Estuve un año de director y conseguimos que se adecuaran las consultas externas».
A mitad de la década de los 80, siendo ya jefe del servicio de Otorrinolaringología en el Hospital Universitario Central de Asturias, quiso ampliar conocimientos al otro lado del Atlántico, en la Universidad de California (UCLA), y en la Universidad de Pittsburgh (Pensilvania). Iba a perfeccionarse en cirugía oncológica y de la base del cráneo. «Fue abrir los ojos a otro mundo. Desde las inversiones que dedican a la investigación, que dan vértigo, a las ideas organizativas. Aspiré a hacer aquí algo parecido». No obstante, en materia de investigación sus opiniones continúan siendo muy negativas en lo que nos concierne. "España sufre un retraso tremendo en el campo de la investigación. No existe interés por parte de la administración ni de la propia sociedad».
El principal peligro que Carlos Suárez advierte para el mantenimiento del actual sistema sanitario público, provendría de las multinacionales farmacéuticas. «Con muy pocos ensayos clínicos, pueden poner en el mercado productos como el que han lanzado para mejorar levemente la atrofia medular espinal, que elevan el precio por año en cada paciente a ochocientos mil euros. Eso puede hundir el sistema. Son negocios escandalosos». No obstante, siendo un firme defensor de la sanidad pública, también observaba los riesgos que proceden de los propios cuerpos sanitarios: «La sanidad pública está demasiado sindicalizada, cada cual en defensa de sus intereses gremiales. Y no se premia el mérito, sino que se trata de igualar a todos, aunque no todos trabajen igual. Ese es un modelo anacrónico en el siglo XXI».
Trasladándonos a cuestiones fronterizas, en las que la Medicina se encuentra con la deontología, Carlos Suárez expuso sus criterios en torno a asuntos que ocupan lugar en el debate público, el aborto y la eutanasia. «En cuanto al aborto, estoy a favor de leyes reguladoras claras, que impidan interpretaciones interesadas. Si no existiera el aborto legal, se practicaría de forma mucho más onerosa y con peligros para la salud. Y en lo que se refiere a la eutanasia, defiendo el derecho a acogerse a ella. Personalmente, no quisiera verme durante diez años sufriendo la enfermedad de Alzheimer y sin ninguna expresión. Sin embargo, respeto y admiro a personas como Tony Judt, el autor de 'Postguerra' o 'Algo va mal', que tras sufrir una esclerosis lateral amiotrófica (ELA), siguió escribiendo ayudándose de un ordenador hasta el final de sus días».
La ya permanente preocupación social por el cáncer, adquirió en el curso de la conversación diversos enfoques. En principio, el referido a las relaciones entre la alimentación y el cáncer. «Los factores externos son trascendentales en el cáncer. Y hay recomendaciones muy sencillas, ya sea la de no fumar, la de no beber en exceso o no exponerse demasiado al sol. La alimentación es un factor que interviene en tumores del tracto intestinal o en el de colon. Pero lo que no se puede es curar un cáncer con alimentación. Eso es sensacionalismo y el bálsamo de Fierabrás». De semejante parecer era su criterio respecto de la homeopatía.
El pronóstico de futuro es que «la curación científica del cáncer todavía está lejana, aunque se ha avanzado en los tratamientos. Hay medicamentos nuevos que han probado su eficacia ante las alteraciones genéticas de los tumores, pero el cáncer llega a burlarlos. Y hemos de pensar que el cáncer son más de doscientas enfermedades». Le corroboraban sus colegas José Luis Llorente, jefe del Servicio de Otorrinolaringología del HUCA; Juan Pablo Rodrigo, director del Departamento de Cirugía de la Universidad de
Oviedoy adjunto del Servicio de Otorrinolaringología del HUCA, y Fernando López, adjunto en el mismo y profesor de la Universidad de Oviedo. Añadía Juan Pablo Rodrigo que «el envejecimiento, que provoca división celular y errores de los genes, contribuye de manera evidente al cáncer». Y aunque todos ellos admitieron que un tercio de los tumores obedece al azar, la previsión de Llorente, bienhumorada, fue la de que «en las cosas del azar, cuanto más juegas, más oportunidades tienes de que te toque». Vaya, que conviene guiarse por las recomendaciones saludables.