LA SOMBRA DE AQUILES EN MI TALÓN
“Canta, diosa, del
Pelida Aquiles la cólera” Homero, LA
ILIADA.
En la
peluquería “PACO”, de la calle Cimadevilla, mediados los años cincuenta, no solía faltar para arreglarse los primeros y terceros sábados de mes un tal Aquiles,
funcionario municipal, que proclamaba su afición por la canción asturiana. Vocinglero,
grandón pese a su diminuta textura, él
mismo, ufano, usaba apelativo de su legendario tocayo, “Soy Aquiles, El del
talón”.
Para
semejante hombrecillo agudizaba yo oído desde el fondo del establecimiento, frente a donde
tuvo Farmacia mi antepasado piamontés Agosti
Peleari. Intentaba por mi parte superar la distracción, madridista u
oviedista, de comentarios tertulianos en los cuatro sillones recostados de
barbero y aún de la clientela que esperaba turno, para centrar atención, con
ayuda visual de la luna espejil, en el enigmático Aquiles, indomable en su
parlamento sabatino. Sin embargo, pasada la década, y si bien Aquiles, griego,
o mejor aqueo, el bravo y colérico de
la epopeya, seguía en el magín asociado a la invulnerabilidad de todo su cuerpo
salvo el dichoso talón en el que acertaría una flecha troyana envenenada, el
dominico Padre Pedro López en sus geniales clases interactivas sobre la obra
homérica convencía definiendo al Héroe como “El de los pies ligeros” por fidelidad
al original que traducíamos, olvidando talones y la perseverante tortuga de la
parábola de Zenón. ¡Ya me gustaría ahora contar con la versión inédita de
Rafael Zamora, Marqués de Valero de Urría, uno de los ovetenses más fabulosos
de todos los tiempos!.
Otra leyenda
en las juveniles excursiones bosquejas se unía a cantautor caribeño de calypso,
al que intrascendente malestar de talón por una púa herbácea se le habría ido a
la cabeza. Era laberíntico viaje venoso
que sorprendía saltase el corazón. Más grave de lo que Ángel González poetizaba
con el whisky que se le subía a los
tobillos.
Jamás
hubiera imaginado, sin embargo, que la molestia aquileana se instalaría en mí mismo,
sin leyenda alguna, coincidente con el despertar hasta que el pie inicia su
leve andanza cotidiana.
Los galenos no son capaces de descubrir origen
y remedo. Otro médico, amigo salense, que tras uno de mis ictus dio con una neuropatía
recurrente, esta vez no atina tampoco. Nada de espolones ni sobrecargas,
tendinitis o inflamación gotosa: la afección es en reposo absoluto de la pierna
indemne y ninguna artritis.
Tras leer los
autores del boom, pues no hay
tirabuzones epidérmicos, hielo encofrado ni fantasmales ensoñaciones telúricas detrás
de Macondo, Comala y Piura, alcanzo, no obstante, una explicación, rayando el mal de
ojo. Se relaciona con el entusiasmo
perdido en aquel personajillo de “PACO” al que dejé de sonreír cuando me enteré, en
medio de la ritual barbería quincenal, que en la inmediata posguerra se
deleitaba asistiendo con supuesto fervorín patriótico a innúmeros fusilamientos mañaneros. Puede ser la venganza
colérica de Aquiles en el talón cuando mi sueño con el amanecer se derrite. Resistente
a embates varios, el cuerpo me recuerda que, como “El pies ligeros”, sufro frágil e intermitente
vulnerabilidad de la extremidad diestra.
Es la pertinaz sombra Aquiles, proyectada por uno o, de
consuno, por los dos, faltándome los veloces pies ligeros del aqueo, por
cierto, guerrero valiente, rasgo ajeno al cobarde, emulador y parlanchín, que me
entretenía un par de veces al mes en la peluquería de la clariniana calle
Comercio...