La calle parisina de Rivoli anima la memoria. Imagino al
ovetense Indalecio Prieto paseando con sus pensamientos, incomprendidos aquí, hasta
La Concorde en sus exilios diversos. Paris, siempre Paris, con o sin el
aguacero César Vallejo. París no se
acaba nunca… ¿Hemingway? ¿Vila Matas? ¿Bogart? En esa Rivoli, el encuentro,
besos incluidos, propiciado por Orlando Pelayo, entre Nicanor Piñole y DALÍ.
SANCHEZ DEL RIO, genial autor del Palacio de Deportes, EL PARAGUAS, Los Depósitos
de Agua, la desaparecida Tribuna del Buenavista, El Mercado de Siero…
reivindicando su procedencia riojana solía decir “Haro, París y Londres”
Viví el ovetense RIVOLI desde hace sesenta años. Más de mi París que la genuina Italia. El Rostand de Kadaré, FLORE sartriano, Laserre con Manolo Diaz, Carlos Fuentes y Malraux,…
RIVOLI, contiguo a la COLÓN de Manolo Lombardero, antes del
fichaje por Planeta/Barcelona, traspasado desde Editorial Sanz, de mejores
resultados, en coleccionables placistas y
premios, que Cruyf, Kubala y Messi juntos. RIVOLI, novedad vanguardista,
como antes el ASTORIA, en otro tramo de la Uría opuesta, que rememoraba Benet. El
barrio Uría, despejado tras EL CARBAYÓN,
tan estudiado por la Escuela del inolvidable Paco Quirós, es bien distinto sin Olivares,
y aún la fugaz huella depredadora de KOTEL, Vereterra, último caído, mi
pariente José Tartière… cegando la mágica luz vespertina. Rivoli se levantó con
primitiva licencia para “hoteles”, terminología de entonces, en solar desgajado
de los nutricios Palacetes Tartière. Son calles urbanizadas por Anselmo
González del Valle con aceras de cemento porland,
que no se fabricaría en Tudela Veguín hasta 1900. Por casualidad, el nombre Rivoli proviene del PIEMONTE, las raíces
de Emma, nuera del Conde de Santa Barbara de Lugones, propietario de la
cuadrícula Uría/Regente Jaz/Marqués de Pidal/González del Valle. El trazo
urbano modernista miraba, ensanchador, Centroeuropa.
RIVOLI facilitaba exposiciones. Algo retuve de Rubén Suárez,
nuestro ejemplar primer crítico. Sentí el impacto electrizante de Jaime Herrero
y de dibujantes próximos a Manolo BRUN, personaje irrepetible, y, ahora, Linares
actualiza muestra pionera. Estaba en los pliegues de la memoria pero he
precisado la retrospectiva del caserón universitario para reordenar la mente.
En los Dominicos
sabíamos que Manolo, chaval de la lejana,
casi mítica, Navelgas, luego PUEBLO EJEMPLAR, era un genio, lo que enseguida me
reafirmaron Casariego, Maldonado y Conrado,
tinetenses como él, Elías Caicoya, Paco Reny
Picot, Alarcos, Feas, Jesús Villa,
Luis Ávila y Liñero, con su casa de Somió invadida de inconfundibles campestres
LINARES.
Acierta, una vez más, el Vicerrectorado de Extensión, aunque
el comisariado no supere la Antológica 1995 ni las de la Sala Murillo 2010 y
2014. Lástima también del programa de mano con antiasturiano, o lamentable deformación,
UVIEU; Ovetum, u Ovetao, era para romanos
y romanizados al tiempo que llamaban Lutecia al París de la rue RIVOLI. En mismo aula, encalada, asistí a la
fabulosa fantasmal recién de Marga Sancho y no debe olvidarse un rector
emblemático, Fermín Canella, acogiendo el taller de Dionisio Fierros, otro
jalón. Y en la trasera, la Facultad de Ciencias, donde empieza el incendio del trágico
34, profesó el padre de Luis Fernández, grande de la pintura universal.
No hace falta insistir que LINARES es genio, se constata de
antaño hogaño en la Universidad.