OSCAR OSCARIZADO
“Oscar” es una referencia común para sacralizar películas
americanas e impactar siguiendo las vetustas reglas de la mejor mercadotecnia.
En mi cotidianeidad, Oscar era un amigo que se fue silente
tras habernos tomado el aperitivo dominical, compenetrados que estábamos en el
mismo barrio, que apenas José Avello introdujo en la nómina inacabada de la bien novelada,
con los mismos leves recorridos de nuestras sillas de ruedas y nuestras
sufridas incondicionales familias. Le precedí en el ramalazo del ictus, por lo
que ya antes, siempre galeno rehabilitador, me había recomendado varios
tonificantes que paliasen males que pronto serían suyos. Bernardino Menes, al
que mucho considero, tras un golpe de tormenta embravecida, bien sostiene que
el médico se hace tolerante tras los sufrimientos en carne propia de paciente.
Por alguno de sus allegados moscones sé que la primitiva
idea paterna de llamarle OSCAR chocó con el santoral; de ahí el que fuera
inscrito como Pedro aunque toda su vida fue la reafirmación de su nombre, bien
antes de que Hollywood cayera en la cuenta. Así lo pensé cuando alguna copa a
su salud me tomé, no en los habituales BALBONA, JENA o PUNTO Y COMA, sino en el
OSCAR, del Waldford ASTORIA, que no da a la cinematográfica Park Avenue de Al
Pacino sino a la trasera Lexington Avenue.
Un antepasado mío, Agosti, encontró también vedado el
santoral para llamar César a uno de los suyos, lo que resolvió mostrando al
párroco que algún César habría entre
LOS INNUMERABLES MÁRTIRES DE ZARAGOZA.
Oscar para mí, uno más entre amigos y contertulios ovetenses,
estará siempre Oscarizado.
Su impacto no es con la entrega californiana de una
estatuilla sino el de una cordialidad inalterable, ejemplar en el trabajo y en los
embates de la enfermedad.
2 comentarios:
Muy buen artículo. Don Pedro Óscar fué un gran médico y una gran persona.C
bien
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