miércoles, 29 de enero de 2020

EN LA MUERTE DE OSCAR


OSCAR OSCARIZADO

“Oscar” es una referencia común para sacralizar películas americanas e impactar siguiendo las vetustas reglas de la mejor mercadotecnia.

En mi cotidianeidad, Oscar era un amigo que se fue silente tras habernos tomado el aperitivo dominical, compenetrados que estábamos en el mismo barrio, que apenas José Avello introdujo en la nómina inacabada de la bien novelada, con los mismos leves recorridos de nuestras sillas de ruedas y nuestras sufridas incondicionales familias. Le precedí en el ramalazo del ictus, por lo que ya antes, siempre galeno rehabilitador, me había recomendado varios tonificantes que paliasen males que pronto serían suyos. Bernardino Menes, al que mucho considero, tras un golpe de tormenta embravecida, bien sostiene que el médico se hace tolerante tras los sufrimientos en carne propia de paciente.

Por alguno de sus allegados moscones sé que la primitiva idea paterna de llamarle OSCAR chocó con el santoral; de ahí el que fuera inscrito como Pedro aunque toda su vida fue la reafirmación de su nombre, bien antes de que Hollywood cayera en la cuenta. Así lo pensé cuando alguna copa a su salud me tomé, no en los habituales BALBONA, JENA o PUNTO Y COMA, sino en el OSCAR, del Waldford ASTORIA, que no da a la cinematográfica Park Avenue de Al Pacino sino a la trasera Lexington Avenue.

Un antepasado mío, Agosti, encontró también vedado el santoral para llamar César a uno de los suyos, lo que resolvió mostrando al párroco que algún César habría entre LOS INNUMERABLES MÁRTIRES DE ZARAGOZA.

Oscar para mí, uno más entre amigos y contertulios ovetenses, estará siempre Oscarizado.

Su impacto no es con la entrega californiana de una estatuilla sino el de una cordialidad inalterable, ejemplar en el trabajo y en los embates de la enfermedad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen artículo. Don Pedro Óscar fué un gran médico y una gran persona.C

Anónimo dijo...

bien