¿PARA CUÁNDO EL CESE DE TORRA?
Salté
silente prudencia pidiendo al PARLAMENT terminar con Torra, tan dañino en el
covit-19.
Las diferencias políticas son convenientes en una sociedad
libre, pero lo de este racista, enemigo no ya de España, sino de la Cataluña
que se vanagloria representar, supera la máxima tolerancia. Sabíamos que Torra
se desliza en la tontuna, pero también les sucede, v. g. a la Presidenta de la
Comunidad de Madrid o al Premier
británico; llegando, sin embargo, los pasos ofensivos del catalán tan lejos que
no comprendo nadie soporte. Traté a varios predecesores, el ladronzuelo Pujol, Maragall, Montilla y
el gran Tarradellas, a los que dentro de sus maneras reconozco voluntad
gestora, pero detrás del supuesto activismo de un ¡no político! como le
definen, ya sin argumentos, los escasos aduladores que quedan del actual
inquilino de la Generalitat, hay auténtica perversidad, odio que manifestó por tuit relevante exconsejera. Por cierto,
Tarradellas, amigo e integrante del gobierno en el exilio de don José
Maldonado, del que tuve el honor de ser confidente y apoderado en varios
pleitos, legado y contratos, no evitaba preocupación por el ya equívoco Pujol y
se inclinaba por la mejor sucesión de Raventós, Presidente del Parlament y de la
Asamblea de Parlamentarios de Catalunya… que vino a Laviana a contactar con el
inolvidable Emilio Barbón.
En lapso incidental, cabe afirmar que una de las mejores
piezas periodísticas sobre la crisis sanitaria se ha escrito aquí, equiparando
literariamente la desertización urbana con el proyecto de la bomba de
neutrones. La especulación narrativa de J. Cuervo está por encima de los artículos
de Pla, Camba, Cunqueiro, Ayala, Ruano, Carmen de Burgos u Ortega.
Como soy abogado por una Universidad jesuítica, sé aquello
del ignaciano tempo en la mudanza;
otras responsabilidades a dilucidar sin duda más adelante. En cualquier caso, pedir
ceses es de dudosa corrección política ante la lucha unitaria contra la
pandemia pero causa dolor despistante que personaje tan deleznable represente
en estos momentos a Catalunya, la tierra de mis antepasados de varias
generaciones conocidas.
El lendakari vasco y algún otro responsable han introducido cuestiones
delirantes, más desapercibidas, sin fracturar de lleno la amplia conciencia
social. Sobre Urkullu, llegué a tener buena opinión, que hogaño noto errada.
Fue una tarde en que Maragall me describió un positivo diálogo minutos antes con
el vasco Imaz, del que el actual lendakari era su segundo, tras el que Pascual quiso
convencerme que el próximo entonces fin de ETA daría paso a un equipo dirigente,
Imaz/Urkullu, que remaría por una España vertebrada. Tengo la impresión de que con
el covit-19 no ha sido así, aunque el mismo Urkullu ha reconocido que su posición fuera de tiesto, Revilla dixit, durase, ¡solo!, ¡diez segundos!
Los nacionalistas de diversos tonos siempre, llegada la hora suprema, optan por
esa Muerte a temer que en sede europarlamentaria pronosticó Francois Mitterand,
cuya figura histórica, por otra parte, está para mí llena de sombras.
En estos momentos de preocupación, el cese de Torra, cambie o
no el panorama, sería estimulante satisfacción para los españoles, y en
especial para los catalanes que bien le conocen. Es algo que nos merecemos los
sufridores periféricos de las medidas contra el virus.