En Fruela estuvo LA IMPERIAL, que el delicioso libro de
Carlos del Cano da en el 3. Un solo producto: sombreros de caballero. Paredes en verde y letras oro
de reminiscencias imperiales. Nada
que ver, no obstante, con la imperial ovetense de Simploké, pues Bueno, su autor, sobrio de atuendo, jamás debió
entrar. Yo solía acompañar la compra de mi abuelo las temporadas de invierno,
verano y pesca. Ya tenía ejemplar para cada tiempo que guardaba a la entrada de
su casa de alta burguesía sin ennoblecer, en mueble llamado “burro”, del que colgaban,
doblados, abrigos y trincheras. En la balda del burro los sombreros, siempre dos por época, apenas tapados por las
prendas de frío o lluvia. García Pavón, en la nómina Bien Novelada, escribe
“en Oviedo no llueve, orbaya”. La abuela
hacía cepillar alas con instrumento escondido en el funcional mueble. La noche de
fin de año el abuelo, tras las rituales uvas y copetines gabachos, arrojaba a
la calle los sombreros de las temporadas finiquitadas, ya adquiridos los
nuevos, divirtiendo en broma clasista a los nietos, todavía no autorizados a juerguear
en los salones del decadente Club de Tenis, constatando, tras los visillos,
cuánto tardaban, borrachos o cuerdos, en recoger, incluso en vestírlos. Iniciados
los sesenta el abuelo dio lección de economía: “el sombrero entra en decadencia, los jóvenes no lo quieren, la maniobra,
en la madrileña Plaza del Sol, de que “los rojos no usan sombrero” tuvo éxito pero
ya nadie aparenta y LA IMPERIAL cerrará”.
Todavía conocí varios. Así empresario de baja estatura, que,
en el sarcasmo tertuliano, motearon “sombrero con patas” o marchante operístico que hacía sobresalir sus
llegadas de neoyorkina GRAN MANZANA, aunque en esta hubieran ya desterrado la
prenda de Bogart, Robinson, los chicagüenses Ness y Capone…como antes el clac
que tanto daba prestancia a Álvaro Mesía a ojos de Ana.
Úrculo, creador de sombreros a la manera de
Eduardo Arroyo, dibujó a Gracia Noriega para acompañar sus sabrosos artículos contemplando
El Urriellu. El mismo Úrculo, en homenaje a Emilio Alarcos ante la Facultad de
Humanidades, puso sombrero que, aunque no le recuerdo, cabe, se
hubiera calado.
El picarón Distel, promocionado por amores al icono Bardot,
cantaba “Mon Beau Chapeau”.
Cuando ya no quedaban testas cubiertas en el Paseo de Uría,
¡ni paseo queda!, me dio por el sombrero. Recibí comentarios desnortados pero
el recuerdo antepasado era fuerte y también la opinión de mis amigos, los Presidentes
Rodríguez Vigil y Maldonado, y del ministro Martínez Noval:”libra de catarros invernales”.
Manolo Díaz, alcalde adjunto de París, y Paco Rodríguez me los proporcionaban
de chez Bérthier. No deja de doler
que adoptemos la palabra mágica Chapeau
mientras los establecimientos galos colocan rótulos anglicistas, “Shop Hats”
Con la primera salida tras el confinamiento vírico tuve la
nostalgia de romper el síndrome de la cabaña junto a mi olvidado sombrero,
pero la escafandra protectora de metacrilato resultó incompatible. ¿Alguien se
acuerda de las polémicas que blandía en el aire quijotesco Joaquín Manzanares
versus foriatos escafandristas, manoseadores de restos arqueológicos?.
CHAPEAU entra en
el lenguaje, también en Basket con jugada
magistral debajo del aro.
Espero, esperamos todos, termine el coñazo del COVID.
La respuesta social, que no política, es CHAPEAU pero ya jamás Imperial.
Queda
ALBIÑANA…
No hay comentarios:
Publicar un comentario