Monólogo sin distancia con don José Ramón García Queipo
8 de Julio del 2020 - José Cuevas Yáñez (Grado)
Si la vida es una energía, la muerte otra y el sueño oscila entre la dos, ¿por qué no ibas a leerme? Si la Física Cuántica, que ya asoma firmemente la cabeza, entiende que todos estamos unidos sin importar distancia, espacio, tiempo o lugar, ¿por qué no ibas a escucharme, Monchu? Pena me da que yo no pueda o no sepa oírte a ti ahora. ¡Cuánta limitación en tanta abundancia desconocida! Parecido a Wittgenstein con el lenguaje.
Ahora me encuentro de nuevo contigo, frente a frente, como muchas veces lo hicimos en tu despacho de Grado. Me miras con esos ojos vivarachos, curiosos e inquietos por todo. Perfecto conocedor de los entresijos de la Abogacía, pero con la enorme cultura y tolerancia que siempre marcaron tu propio ser y devenir en esta levedad que llamamos vida. Nunca te falta esa sonrisa que también ahora adivino mezclada de complacencia. Intolerantes son los otros, los que viven indignados por carecer de opinión. ¡Cuántas cosas me has enseñado y qué bien supiste parar mis viscerales arrebatos! Siempre tienes la palabra adecuada que me sirve de bálsamo. Mis muchos defectos arreglaste a tu modo sencillo, les quitaste importancia y dabas la vuelta mientras movías las manos como esparciéndolos a los aires. Eso no tiene mayor trascendencia. Te estoy oyendo.
Tengo tanto que contarte, tanto que decirte que ni sé bien por dónde empezar. Que esto sea solo un pequeño entremés cual entimema que permanece quieto hasta el momento de echar a correr contigo y compartirlo. ¿Lo escuchas bien, no? De acuerdo, ya lo imaginé. Te estoy oyendo. El problema es que los ignorantes están siempre seguros de todo y los inteligentes llenos de dudas. No es tu caso, ni tu humildad en él.
He de dejarte tranquilo ahora que tendrás nuevas aventuras y cosas que “facer”, vete haciéndome el camino para cuando se abra para mí y llegue a abrazarte. Pues debo de darte las gracias por todo, por tantas horas y días que gastaste en apoyarme, en creer en mí sin antes conocerme. Cada pleito que ganabas al “Dionisio” de turno lo celebrabas como si fuera tuyo personal, y ¡cuántos consejos me diste! Nunca tuviste prisa para atender las necesidades que yo te presentaba como importantes, siendo nada, o casi nada. Ahora lo veo, tú ya lo hiciste mucho antes.
Gracias por tener un trocito de tu vida. Gracias por tu desinteresada amistad, por aquel abrazo, por todo, Monchu, por todo.
Beatus ille...
No hay comentarios:
Publicar un comentario