Mi gran amigo Ángel Alda, medio madrileño, ribadense en su
otra mitad, ha presentado, en GRÁFICAS SANTIAGO, Diario de un confinado en Olavide. (Ediciones Decordel).
Me arrebata el movimiento milenarista, TREGUA DE DIOS, que
Ángel rescata. Las pandemias han sido varias, pero no tanto la voluntad de
tregua. Los orientales filosofan sobre sucedidos desconocidos por estos lares;
Coubertin insistía en la tregua olímpica
y Jaurès, con calle en todas las ciudades francesas, falleció víctima del
intento. Cuando despedimos a Manolo DÍAZ, en la iglesia de Chaillot, donde se
bautizó el singular ovetense Valero de Urría, el ministro centrista Borloo
aseguró, que el convencido posbélico
escogió para morirse el aniversario del armisticio.
Tolstoi y Unamuno describen guerras, napoleónicas o
carlistas, buscando PAZ del adagio latino. Jünger, no menos admirado, se
apasiona, a sensu contrario, por la Guerra misma.
En ocasiones que el Parlamento Europeo me mandató a Madrid,
me asusté, pese mi veteranía política, constatando cómo sus señorías se
despedazaban inmisericordes. Ya la almeriense Mabel Salinas me había advertido que es buen diputado español el ingenioso que se enfrenta, cuando en UE
se busca consenso.
Aplaudo a Alda desde mi envés del río/ría.
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