Picasso y
Alberti, de consuno, o quizá coordinados por Pepe Bergamín, en ese exilio tan
denostado por el Vicepresidente del Gobierno, a principios de los sesenta
mitificaron la respuesta sociopolítica de Asturias. Algo hicieron muy luego
Toni Tapies y José Ángel Valente en poster conjunto, y Eduardo Arroyo grafiando
mujer de afeitada cabeza, solidaria con la huelga del 62. Un poeta menor, Pedro
Garfias, rescatado por Víctor Manuel San José, popularizó la trascendencia
astur para un cambio que marcaba, machadiano o ayalino, camino. El trayecto
parecía irreversible hasta 23-F, Covid, Vox, Hasel…Asturias no podía cruzarse
de brazos y respondió con una madurez superior al resto del país, empuñada la
misma lámpara que emocionaba al mejor pintor desde Altamira, encarando el COVID
como nadie, incluso al tontaina Hasel, colocado en su sitio espontáneamente en
sus partidarios cuando intentaron moverse en Gijón (“¿A onde vais,
home?.¿sabeis lo que ye una Dictadura?”).
A principios
del siglo XX cuajó un dicho que atribuía al incipiente socialismo dos cabezas,
una en Madrid, la otra en Mieres. Era sin duda una ideología exportada del
norte de Francia y el sur de Bélgica, que granó aquí en el ambiente propicio
que describe, entre otros, Isidoro Acevedo en LOS TOPOS. No puede ser
casualidad que al frente de la Delegación del Gobierno haya ahora una mierense
que se ha apuntado grandes tantos contra la COVID, que ella misma sufrió, y en
la ridiculización del ultraderechista Hasel, cuyos seguidores gijoneses
tuvieron que ser protegidos por la Policía de la Democracia.